Portada de Las Ratas en una edición reciente |
El estilo castellano de Delibes no se ve decepcionado en Las Ratas. Sin hilo argumental consistente, la obra se sostiene inexplicablemente y conduce a través de la vida en un pueblo de Castilla, al que no se nombra en todo el libro y que sólo se puede localizar dentro del municipio de Torrecillórigo. El paseo va de la mano del Nini, un niño avispado que parece el máximo exponente de la sabiduría popular.
Y, de pronto, entre las líneas se descubre que el Nini vive en una cueva, ¡y que come ratas! Vive con el Ratero, un tosco hombre de pocas palabras que se dedica a cazar a los roedores para comérselos o venderlos a las gentes del pueblo, y claro; el niño y la perrilla que siempre lo acompaña, Fa, también comparten el oficio. Curiosa es la intrincada relación familiar del Nini y el Ratero: padre e hijo, tío y sobrino. El caso es que la madre del Nini está interna en un manicomio, y sus abuelos, muertos o huidos.
La cueva es el caballo de batalla entre el Ratero y el alcalde. Delibes parece crear en ella casi una metáfora: la lucha entre el hombre asilvestrado y la sociedad que quiere 'normalizarlo', acabar con esa forma de vida y dinamitar la cueva.
Delibes enlaza la cotidianeidad con maestría, y raya en ocasiones en un realismo que resulta monótono. A lo largo del libro, Delibes recoge pequeñas anécdotas y éstas surten el efecto de un toque en el hombro: el zorrito y el odio del niño hacia el Furtivo, los extremeños, doña Resu que quiere llevar al Nini a la escuela...
Llama la atención la medida del tiempo: el santoral marca el ritmo en el calendario, y la vida del pueblecito se organiza en torno a eventos como la matanza del cerdo o la Pascua. Pero, sobre todo, los pueblerinos siempre tienen la vista puesta en el campo, blanco de sus mayores alegrías y también de sus más tremendas tragedias. La miseria se cuela en el texto, que nos descubre la pobreza de los habitantes y su dependencia del clima caprichoso. Una mala cosecha supone la ruina para casi todos, exceptuando quizás a don Antero, el Poderoso.
No solo la cosecha va mal, cada vez hay menos ratas, y el Ratero farfulla y echa la culpa al ocioso cazador del pueblo vecino. El libro termina de manera brusca, en un arrebato de furia del hombre, que asesina a su competidor. Miguel Delibes asesta un fin que sólo nos deja intuir las consecuencias: la vida de los dos solitarios se desmorona, porque "ellos no lo entenderán", como afirma solemnemente el chiquillo ante la letanía enfermiza de su padre: "Las ratas son mías". Una novela agridulce, que finaliza con regusto amargo.
Interesante reseña de un libro repleto de sombras que trata de retratar fielmente las penalidades en el páramo castellano.
ResponderEliminarNos alegramos de que guste. Por supuesto, los claroscuros del libro nos acercan a esa realidad. ¡Gracias por comentar!
ResponderEliminarMuy interesante el artículo, con ganas de leer el libro
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